(El fulgor y este descenso hacia el ocaso)
La tal melancolía habita
recostada en estas nubes
como sillas,
con sus patas apoyadas
en las cumbres.
La tal melancolía nutre
vaporosas brumas
en la vista dolorida,
aquejada de una falta estricta
de una atmósfera distinta,
no más pulcra, no más fina,
no tan nítida ni altiva,
sino acaso una caricia
de película de aire
que contenga todas juntas
—las atmósferas perdidas—.
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